| FEB 112016 El maniqueísmo también tiene que ver en la dimensión de este concepto jugando un papel muy importante dado que se han catalogado también las costumbres como buenas y malas tomando en consideración los códigos morales y éticos que rigen a la sociedad. Una buena costumbre es socialmente aceptada, mientras que una mala costumbre es rechazada. Quien gobierna debe tomar en cuenta el escenario donde la costumbre juega un papel preponderante, debido a eso, es de suma importancia la selección de funcionarios que acompañen el acto de gobernar, de nada sirve que exista la firme intención de cambiar si por encima de las leyes se impondrá el seguimiento de las malas costumbres como: llegar tarde, atender con prepotencia, actuar con arrogancia y someterse a prácticas corruptas. Por esto, la selección de funcionarios en el gobierno debe trascender al compadrazgo, al amiguísimo, al chambismo y al pago de facturas políticas. El acto de escoger a los gobernantes debe llegar hasta el fondo de las raíces culturales y a su historia de vida donde se haya visto su actuación ética y moral. Incluso, las prácticas consideradas como buenas costumbres, aquellas que se hacen por "el bien de las personas", nunca deben estar por encima de la ley. En el terreno educativo es de gran trascendencia evitar atarnos a las costumbres que nos hacen ver tradicionales y estancados en el espacio y en el tiempo. El poder de cambio que el docente tiene en sus manos y que ejerce desde el aula de clase no podrá reflejarse en la sociedad si no cambiamos e innovamos diariamente. Sabemos que existe flexibilidad para la aplicación del plan y programas de estudio y no aprovechamos esta circunstancia para adaptar los contenidos al contexto y acelerar la movilidad social, en muchos casos, la fuerza de la costumbre de faltar, llegar tarde, salir antes de que termine el horario, improvisar la clase, simular y caer en el juego de la apariencia, terminan con la misión de convertirnos en agentes de cambio. En el diario acontecer dentro de las organizaciones sindicales pasa lo mismo, las prácticas de toda la vida pesan mucho cuando se trata de cambiar para adecuar nuestra actuación al nuevo tiempo, el golpe de timón por parte de quien dirige el barco tiene que ser fuerte para sostener con firmeza el rumbo, de lo contrario, el hecho de cambiar se verá como una intención cosmética que esconda la debilidad para sostener el ritmo que se necesita para conservar la vigencia y la viabilidad sindical. En el camino se quedarán quienes no supieron leer el momento y se aferraron a una costumbre pasada de moda. Seguir haciendo lo de siempre terminará por evidenciarlos y dejarlos fuera del proyecto sindical. Cuando la embarcación vaya viento en popa tratarán de alcanzarla, si son de convicción sindicalista vencerán las resistencias que les impone la fuerza de la costumbre y las cambiarán por una visión en prospectiva y una práctica sindical moderna, renovada, viable, proactiva, con disposición para aprender y puede que se puedan subir nuevamente. También existen límites, si estiramos la liga más allá de su resistencia seguramente la vamos a romper, hay cosas que son inevitables, el vino nuevo no lo podemos depositar en odres viejos porque seguramente se va a derramar y el odre se va a perder, aquí hay dos opciones, reforzamos el odre o lo cambiamos por uno nuevo. La fuerza de la costumbre no debe ser mayor a la necesidad de adaptación al cambio, pero sí un factor que se debe considerar en la transformación que se anhela. Finalmente creo que una manera de alcanzar la plenitud en la vida es siendo un hombre o una mujer libre y de buenas costumbres. |